Liderazgo Consciente a través de la enfermedad

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Más de un año lleva nuestro guerrero batallando ante el peor enemigo que jamás había conocido.

Recuerda los primeros días en el que el cansancio se apoderó de él. Subir una escalera era un reto casi inalcanzable. Sentía las piernas como dos columnas de piedra imposibles de mover. Achacó el mismo a las largas jornadas entrenando a otros en el valioso arte de fluir con la vida. No le otorgó más importancia, pues por aquel entonces, los que estaban al frente comentaban que no había razón por la que preocuparse.

A las pocas semanas ese cansancio empezó a quedar en el olvido. Justo en esos días que los dueños de las tierras obligaban a su pueblo a refugiarse en los hogares para protegerse del enemigo invisible. Fue entonces cuando su mente, su cuerpo y sus emociones se apagaron. Desde entonces, ha contado más de 85 síntomas que le han impedido durante este tiempo llevar una vida normal. Unos aparecen y se van; otros se mantienen constantes desde el primer día y otros van y vienen.

Recuerda aquellos primeros meses, en los que no era capaz de dormir más de 4 horas en 7 días; esa incómoda y desesperante sensación al no recordar los nombres de los más allegados; el esfuerzo al caminar sintiendo el dolor de sus nervios clavándose a lo largo de su cuerpo. Tantas señales indicando que algo no funcionaba correctamente.

Todas las enseñanzas adquiridas a lo largo de los años no le sirvieron de nada, pues era incapaz de poner orden a un sistema apagado. Recurrió a curanderos, chamanes, brujos, magos, todos aquellos que le pudieran ayudar a salir de aquella tormenta causada por el enemigo invisible.  De unos, pronto observó que era tiempo perdido; de otros comprobó los egos disparados del que cree que acompaña; también los había que necesitaban más acompañamiento que nuestro guerrero. Uno, solamente uno, supo darle el brazo para que se apoyara y le ofreció ser su apoyo durante el tiempo que lo precisara. Como buen acompañante, supo dar espacio, escuchar y saber desaparecer cuando supo que nuestro guerrero debía hacer el camino que le quedaba sin su compañía.

Nuestro guerrero experimentó lo que verdaderamente es la “soledad”. Sentirla, aún estando acompañado. Pronto descubrió que esta guerra tendría que vencerla sin ejército.  El entorno más cercano, estaba convencido que el miedo había entrado dentro de nuestro guerrero y éste le estaba llevando hacia la locura. El entorno con conocimientos sobre la materia, mandaban a nuestro guerrero estar refugiado al, según ellos, no coincidir su explicación con lo que ellos conocían. Y ya se sabe, si yo no lo sé, es que no existe. Benditos aquellos que son capaces de cuestionarse lo aprendido y están abiertos a ampliar su conocimiento.

Una de las muchas noches de insomnio, se encontró sentado, conversando con la muerte. Esa conversación, fue su punto de inflexión. Sentir que ya lo tenía todo perdido, fue lo que le empujó hacia delante. No tenía nada más por perder.

Nuestro guerrero, comprendió que debería batallar en silencio y solo. Sabía, por sus conocimientos que, si quería sanar en lo físico, era importante que potenciara lo psíquico y lo emocional. O si lo que quería era sanar lo emocional, más vale que potenciara lo físico y lo psíquico. Sin embargo, no sabía por dónde empezar pues los tres sistemas estaban muy heridos y no tenía ninguno en el que apoyarse para tratar de levantar a los otros.

En un caos como el que estaba viviendo, comprendió que era importante empezar a poner remedio. Sabía que era momento de poner en práctica toda la teoría que había transmitido a otros durante años. Ante él, estaba una de las mayores lecciones que la vida le estaba brindando. Dura, muy dura pero gran lección.

Empezó a enfocarse en lo que sí tenía y dejó de quedarse colgado en lo que a fecha de hoy no poseía. Respiraba con dificultad, pero respiraba. Carecía de gusto, pero podía seguir alimentándose. Se fatigaba andando, pero era capaz de caminar sin necesidad de ayuda. Pasabas noches enteras sin dormir, pero al menos tenía una cama en la que descansar. Y así, cambiando el enfoque empezó a dar calma a su cerebro.

Con el paso de los días, también se puso un propósito. Se marcó una cima que alcanzar. Algo que sabe que conseguirá cumplir y le llenará de satisfacción y orgullo cuando sepa que el camino está recorrido. Este propósito, le ayudó también a irse marcando pequeños pasos para conseguir alcanzarlo. Cada paso dado, lo celebra y se felicita por lo que va consiguiendo.

En lo físico, aprendió a escuchar todavía más a su cuerpo. Le daba descanso, le regalaba momentos de ejercicio y apuntaba la reacción de éste ante cada alimento ingerido. Comprobó el beneficio que le daba el tener unos buenos hábitos, unos horarios de descanso.

Trató de sanar la parte emocional, pero veía que esa era la parte que más costaba. Nunca había imaginado lo que suponía el no experimentar ninguna emoción. Sin embargo, lejos de inquietarse por ello, sabía que cuidando el cuerpo y trabajando la mente, sería cuestión de tiempo que las emociones brotaran de nuevo. Así fue, con el paso de los meses, volvió a sentir alegría, tristeza, miedo y ese día disfrutó llorando al comprobar que empezaba a volver a ser él. Sin emoción, sabía que no podría alcanzar su meta.

Ha aprendido, ahora de verdad, a tener claro lo que realmente es importante en su vida. Todo lo que no entra dentro de esas prioridades, normalmente no les presta atención o si lo hace, lo hace de una forma banal y sin mostrar interés alguno por ellas. Actuar de esta manera, le ha dado paz, calma y visión.

Muchos eran los días en los que le costaba abandonar la cama, lleno de dolores y síntomas limitantes. Sin embargo, se propuso no dejar de hacer sus responsabilidades aunque le costara o en ocasiones no recordara qué debía hacer. Mostró constancia y persistencia en el camino de su recuperación.

Durante este tiempo, nuestro guerrero decidió ser su propio líder. Sabía que era la única manera de salir hacia delante. Se marcó actuar desde la coherencia; desarrolló una alta capacidad de resiliencia; practicó una comunicación constructiva consigo mismo; se regaló momentos de indagación apreciativa; se alejó de aquellos que le robaban la escasa energía que tenía, del mismo modo que agradeció a dos guerreros que desde el primer día le mostraron un gran corazón, preguntando todos los días por el estado de nuestro protagonista y enviándole palabras de ánimo. Los llevará siempre en su corazón al Marqués de Garaitagoitia y al Duque de Battyán.

A mitad de camino, nuestro guerrero encontró una pequeña aldea en el que fue comprendido y bien recibido, pues todos los habitantes de ésta se encontraban en situación parecida a la suya. El pertenecer a un grupo le reconfortó y le ayudó el poder compartir las andanzas de unos y otros.

Hoy mismo, el galeno le ha mandado misiva indicando que el tiempo, un buen cuidado y buenas viandas le ayudarán a recuperarse. Siguen sin saber mucho, pero algo van sabiendo.

Todavía queda camino, mucho. Desconoce hacia dónde puede derivar todo lo experimentado y las posibles trampas que el maldito enemigo haya podido dejar en el mismo. Sin embargo, sí sabe que cuando parecía todo perdido, ha podido erguirse de nuevo y estar cerca de ser aquél que fue. Aunque sabe que nunca será el mismo. Ya es mejor.

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